Tengo una mesa, dos sillas, un sofá que sirve de cama.
Mi revolver siempre está sobre la encimera de una triste
cocina que apenas tiene uso.
A veces las puertas no solo sirven para traspasarlas, ni tan
siquiera para derribarlas. A veces solo sirven para que alguien al otro lado la
golpee con los nudillos esperando que se abra. Brondown Gressieo golpeaba desde
el otro lado de la puerta esperando que le abriese aun siendo las dos de la
madrugada. Cogí el revolver de la encimera y lo coloque en el cinturón a
espaldas de la camisa que me dio tiempo
a ponerme.
Brondown tenía cara de perro pachón. Siempre me recordó al
tipo que yo imaginaba que torturo a Jesucristo, si es que Jesucristo existió.
Un tipo con aspecto de neandertal que tiene que estar vivo para demostrar la
existencia de una divinidad maligna que permite a monstruos como Brondown
existir. Llevaba una botella de bourbon en la mano izquierda. Aquello podía
suponer una amenaza. Su socio Parker le seguía a dos pasos.
La gente huele mal, suelen oler mal. Brody olía a miedo.
Parker ni tan siquiera tenía olor. Les deje pasar con el recelo de que tal vez
no saliese de allí. Brody fue el primero en sentarse, su guardaespaldas quedo
detrás. Saque tres vasos y Brondown
sirvió tres copas. Aquel grandullon se desaflojó la corbata y yo deje el arma
sobre la mesa. Parker me miro con ganas de pegerme un tiro, pero no le hubiese
dado tiempo a disparar. Brody me pareció
apesadumbrado, sin duda algo le pasaba. Su voz arranco como la implosión de un
cohete, tranquila, firme, peligrosa. Broner- dijo- si tú no puedes ayudarme, no
se a quien lo haría. Aquellas palabras no solo me preocuparon, sino que me dieron
miedo.